26/7/12

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Tardes de tormenta agitada como ésta me hacen pensar en los hombres del Paleolítico. En sus temores, su sobrecogimiento, su puesta a resguardo. Tal vez no cueste tanto adivinar sus reacciones. Yo aún he llegado a ver a mi madre apagando todas las luces de la casa y encendiendo una vela a sus divinidades. No obstante los miles de años transcurridos, la tormenta nos sigue poniendo a todos en nuestro sitio. Cierto que ahora manifestamos un desprecio presuntuoso, como diciendo a nosotros no nos puede pasar nada. Pero la fe en la técnica aplicada a nuestro servicio, ¿anula en lo más profundo de cada uno de nosotros una pizca de respeto, como mínimo, que aún nos produce la electricidad desatada? Ay la naturaleza, esa formidable demiurga a la que plantamos cara como hijos pródigos.


2 comentarios:

  1. Me gustan las tormentas. No hay nada como una buena tormenta, poderosa y ruidosa.

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  2. A mi también me gustan. Y las temo. Y las respeto. Y las ilumino con velas. Y me gusta el collar de Kraus. Seré un poco paleolítica...

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